Entorno al “Manual de aplicación de la Inercia Térmica”. Editado por IECA (Instituto Español del Cemento y sus aplicaciones). Coordina ASA (Asociación de Arquitectura y Sostenibilidad), el punto “6. Aplicación real de estructuras activadas de hormigón”.

La inercia térmica es una de las propiedades menos parametrizadas, para la comprensión del comportamiento bioclimático de la arquitectura; sin embargo, es una característica esencial en los asentamientos humanos. La capacidad de retener y transmitir calor es una necesidad vital de la biología y de la construcción del bienestar.

Retener, almacenar y transmitir calor es una condición básica de la corteza terrestre, que aporta las condiciones térmicas determinantes para ser habitado por el hombre y toda la biosfera. La inercia térmica es pues una propiedad inherente al suelo planetario, antes de que sobre él anidase la vida. No podemos reducir la materia mineral a mera estructura portante, sino que hemos de considerarla también como la base térmica que propicia los ecosistemas de la tierra.

Así pues, la construcción debe responder a esa ambivalencia termodinámica;  Envolvente por un lado que filtra y aísla -como la propia atmósfera – e inercial por otro, que gestiona el calor, mediante la masa del suelo mineral.

La arquitectura moderna ha consolidado una separación drástica entre estructura, envolvente y clima interior. Cada sistema forma un expediente separado, que responde unilateralmente a su cometido principal y cuenta con utillaje propio. No creo hacer ninguna caricatura al afirmar que, las reglas del juego moderno hasta hoy, combinan una estructura pesada que soporta, con una envolvente ligera que protege y una climatización mecánica que aporta el confort interior. Dentro de este orden de cosas, dado que la mayor inercia térmica se concentra en la masa del hormigón estructural, sería lógico implicar esa estructura portante al clima del edificio. Esa implicación inercial atempera las puntas térmicas en las estancias y con ello disminuye la demanda mecánica en la obtención de confort.

Es necesaria una visión transversal entre los sistemas que componen la arquitectura, disolviendo las fronteras impuestas por la eficacia especializada de cada una de las partes, para comprender el conjunto como un organismo único.

Si un edificio bien concebido puede gestionar adecuadamente un salto térmico entorno a los   (-/+)10°C, entonces en la mayoría de casos las instalaciones mecánicas podrían estar apagadas o serían directamente prescindibles.

Por otro lado, debemos tener en cuenta las posibilidades técnicas para potenciar la capacidad inercial de los materiales, dado que puede activar exponencialmente su eficacia. La disposición de circuitos radiantes en la masa del hormigón, la vaporización de superficies de cemento poroso, la introducción de PCM en masas calcáreas, etc. Serían algunos de los caminos  operativos que ya se están aplicando y aunque aún no están en el orden del día, si podrían irrumpir pronto en él, principalmente en nuestro clima Mediterráneo.

Finalmente, en las circunstancias actuales conviene valorar las repercusiones positivas  sobre la salud de las personas de los climas radiantes basados en la masa inercial, con respecto a los sistemas convencionales de aire acondicionado. Los sistemas radiantes permiten un intercambio de calor directo, adecuado al biorritmo natural de cada cuerpo, lo que es sin duda mucho más saludable que la impulsión indiscriminada de aire climatizado que normalmente aplicamos.

Barcelona, Abril 2020. Felipe Pich-Aguilera